En los años 50 el nacionalismo penetró en conventos y sacristías. Muchos sacerdotes adoptaron la nueva religión nacionalista, a veces de forma tan patética como Joan Rigol o Xirinachs; seminaristas como Carod Rovira o Àngel Colom cambiaron la cruz por la cubana. Lo importante de los obispos no era que fueran santos, sino “catalans”, es decir, nacionalistas; pastores como Novell y pastorales como Arrels cristianes de Catalunya parecían surgidas de la sede de CiU. Muchos han convertido a lanació en su ídolo y reemplazado a Dios por un concepto excluyente de Cataluña. 40 anys després, el resultat és ben palès: Catalunya és avui la regió més descristianitzada d´Espanya, juntament amb les províncies vascongades. Por encima de la Cruz, en decenas de campanarios ondea hoy la cubana -una bandera de odio inventada por un pirado que firmaba “Mori Espanya“-. Los obispos catalanes lo han hecho fatal. I la cosa segueix.
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