Le sucedió a una monja en el siglo XIII: vio la Iglesia como una luna llena y resplandeciente, pero velada por una mancha negra porque no existía todavía una fiesta para celebrar el esplendor eucarístico. Porque eso de tener a Jesús realmente presente en el mundo y no festejarlo había que arreglarlo. Rápidamente la monja, santa Juana de Cornillón, logró la fiesta en su diócesis, y el papa Urbano IV decidió extenderla a todo el orbe. I se li va acudir encarregar l’ofici a Sant Tomàs d’Aquino i a Sant Bonaventura de Bagnoreggio, 2 luminàries irrepetibles de l’Església. Cuentan que cuando el papa empezó a leer en voz alta el Pange Lingua escrito por Tomás, su amigo Buenaventura iba rompiendo alegremente su propuesta, extasiado ante los versos del aquinate. I així el 1264 vam tenir la festa del Corpus Christi.
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