En los 50 años que lleva asomándose al balcón de su casa, María ha sido testigo de excepción de cómo se hundía Santana Motor y, con ella, toda una ciudad. Hoy, este viernes en el que la presidenta de la Junta pide el voto a sólo unos kilómetros de aquí, de aquel esplendor no queda más que el esqueleto desvencijado de la antigua factoría, una inmensa ciudad de 300.000 metros cuadrados y decenas de naves ocupadas por el silencio que, literalmente, se caen a trozos.
A Francisco Checa, uno de los últimos trabajadores de Santana y miembro del comité de empresa cuando cerró la fábrica, se le "hundió el mundo" la última vez que entró en la antigua factoría.
No debería ser así. O, al menos, no tanto porque cuando en 2011 cerró definitivamente Santana Motor, la Junta de Andalucía, su última propietaria, no solamente se comprometió a pagar indemnizaciones y prejubilaciones. Además, firmó con los agentes sociales el llamado Plan Linares Futuro, que tenía que servir para reindustrializar la ciudad y la comarca y salvarla de la ruina a la que la paralización de la cadena de montaje las condenaba. Pero la Junta no cumplió y, casi ocho años después, a Linares se le ha agotado la paciencia.
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